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La era de la modernidad sólida ha llegado a su fin. ¿Por qué sólida?
Porque los sólidos, a diferencia de los líquidos, conservan su forma y
persisten en el tiempo: duran. En cambio los líquidos son informes y se
transforman constantemente: fluyen. Por eso la metáfora de la liquidez
es la adecuada para aprehender la naturaleza de la fase actual de la
modernidad. La disolución de los sólidos es el rasgo permanente de esta
fase. Los sólidos que se están derritiendo en este momento, el momento
de la modernidad líquida, son los vínculos entre las elecciones
individuales y las acciones colectivas. Es el momento de la
desregulación, de la flexibilización, de la liberalización de todos los
mercados. No hay pautas estables ni predeterminadas en esta versión
privatizada de la modernidad. Y cuando lo público ya no existe como
sólido, el peso de la construcción de pautas y la responsabilidad del
fracaso caen total y fatalmente sobre los hombros del individuo.
El advenimiento de la modernidad líquida ha impuesto a la condición
humana cambios radicales que exigen repensar los viejos conceptos que
solían articularla.
Zygmunt Bauman examina desde la sociología cinco conceptos básicos en
torno a los cuales ha girado la narrativa de la condición humana:
emancipación, individualidad, tiempo/espacio, trabajo y comunidad. Como
zombis, esos conceptos están hoy vivos y muertos al mismo tiempo. La
pregunta es si su resurrección -o su reencarnación- es factible; y, si
no lo es, cómo disponer para ellos una sepultura y un funeral decentes.
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