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En Occidente, el más poderoso aliado de la belleza ha sido siempre la
luz. En cambio, en la estética tradicional japonesa lo esencial es
captar el enigma de la sombra. Lo bello no es una sustancia en sí sino
un juego de claroscuros producido por la yuxtaposición de las diferentes
sustancias que va formando el juego sutil de las modulaciones de la
sombra. Lo mismo que una piedra fosforescente en la oscuridad pierde
toda su fascinante sensación de joya preciosa si fuera expuesta a plena
luz, la belleza pierde toda su existencia si se suprimen los efectos de
la sombra. En este ensayo clásico, escrito en 1933, Junichiro Tanizaki
va desarrollando con gran refinamiento esta idea medular del pensamiento
oriental, clave para entender el color de las lacas, de la tinta o de
los trajes del teatro no; para aprender a apreciar el aspecto antiguo
del papel o de los reflejos velados en la pátina de los objetos; para
prevenirnos contra todo lo que brilla; para captar la belleza en la
llama vacilante de una lámpara y descubrir el alma de la arquitectura a
través de los grados de opacidad de los materiales y el silencio y la
penumbra del espacio vacío.
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