Descarga
"La muerte vive una vida humana, dijo Hegel. Esto es cierto cuando no
estamos enamorados o en análisis". Julia Kristeva, después de la
travesía del estructuralismo y la semiología, Mayo de 1968 y el maoísmo,
es una dulce profesora universitaria, inteligente y brillante,
preocupada por cuestiones cotidianas. Con ese talante habló la pasada
semana en el Instituto Francés de Madrid y dijo: "Quien no escribe ni
está enamorado ni se psicoanaliza, está muerto".
Julia Kristeva está hoy lejos de los grandes modelos y paradigmas de
las ciencias sociales y de la teoría literaria que conmovieron el
panorama universitario de los años sesenta y de los setenta.La
abyección, el amor, la melancolía, ocupan sus clases y sus reflexiones. Y
desde hace unos siete u ocho años todo gira en torno a su labor de
psicoanalista, su consulta y sus pacientes, incluso los temas que elige
para sus seminarios universitarios. Estuvo en Madrid para hablar del
amor -tema de su último libro- y atrajo fundamentalmente a un público de
psicoanalistas, no siempre satisfechos ante sus planteamientos
ciertamente originales y heterodoxos. Explica que, efectivamente, quien
no está enamorado ni se psicoanaliza ni escribe, está muerto.
Los casos que explica Kristeva en su último libro,
Histoires d'amour,
tienen todos algo en común: la falta de amor. "Ser psicoanalista es
saber que todas las historias terminan hablando de amor", reza la
contraportada de su libro. Pero una de las mayores infelicidades en la
sociedad occidental -explica- es el individualismo, que nos hace negar
el amor y la solidaridad. Nuestra sociedad carece, además, de código
amoroso. Para Kristeva, no hay más solución que reconciliarnos con
nosotros mismos. "El individualismo occidental es también un valor
importante que se puede capitalizar positivamente, y mientras nosotros
nos lamentamos por nuestros excesos individualistas, los japoneses, por
ejemplo, se sienten disminuidos por su falta".
Narciso y Don Juan
Las historias de amor que explica Kristeva se engarzan con mitos y
figuras literarias, en cuyo estudio la escritora despliega toda su
sabiduría semiológica y psicoanalítica: Narciso, Don Juan, Romeo y
Julieta, la Virgen, los trovadores, Stendhal, Baudelaire, Bataille,
Freud. En ese libro sobre el amor, además, adquiere especial densidad su
saber teológico. Julia Kristeva asegura que le interesan muchísimo las
evocaciones marianas que realiza Karol Wojtila en sus viajes o en sus
alocuciones en el Vaticano. A propósito del individualismo, dice sin el
más leve asomo de ironía: "A fin de cuentas, la necesidad de aceptarse a
sí mismo es un mandamiento de Dios en el Antiguo Testamento: Ámate a ti
mismo".
El escultor Miguel Berrocal, a la salida de la conferencia
pronunciada por la psicoanalista en el Instituto Francés, de Madrid, le
inquirió con todo su desenfado malagueño si creía en Dios.
"Nón, je suis athée",
contestó tranquilamente Kristeva. Por sus elogios de la idealización y
su saber inagotable sobre cuestiones teológicas, nada permitiría
pensarlo, si no fueran sus propias palabras.
Un movimiento espiritual
La depresión y la propia muerte de las grandes figuras del
estructuralismo es para Kristeva una consecuencia natural de un
sobreesfuerzo intelectual colosal que se: manifestó en los años sesenta.
"Todo quedará de aquel gran movimiento del espíritu. Fue un momento de
gran tensión y esfuerzo, de explosión cerebral en un país que ha sido
siempre muy conformista. Algo así como un
Sturm und Drang. Este
mismo hecho explica las muertes en masa de los grandes pensadores. Y la
salida a una situación así es la sublimación, la creación o el
análisis". Es decir, Umberto Eco, novelista, y Julia Kristeva,
psicoanalista.
Lo más efectista del pensamiento estructuralista apenas interesa ya a
Julia Kristeva, que sigue utilizando conceptos, teorías y un léxico
transformado en su trabajo psicoanalítico, constantemente preñado de
términos lingüísticos y de una pasión irrefrenable por la literatura.
Participa todavía en algún congreso de semiótica, pero se muestra
escasamente motivada por la semiótica institucionalizada y convertida en
academia, bien lejos, en gran parte, de aquella semiótica crítica de la
ciencia y crítica de sí misma que enunciara en un famoso artículo luego
recopilado en su libro
Semeiotiké. La semiótica greimasiana
-desarrollada a partir de A. J. Greimas, primero lexicógrafo y luego
investigador semiótico- es uno de sus objetos de crítica: "Hay
descripciones formales de las narraciones que tienen interés porque son
objetivas, pero no creo que sea en ellas donde puedan localizarse los
elementos más interesantes de la narración. El placer, la catarsis, que
abarcan otros niveles de la lectura no aparecen en esta semiótica".
Hora cero
Para esta joven pensadora (43 años y una extraordinaria historia
intelectual en las espaldas de su cerebro) la participación, con
trabajos algunos de ellos decisivos, en esta tormenta del espíritu que
giró alrededor de la revuelta de mayo de 1968 es un privilegio y una
fortuna.
"Para la gente que participamos en aquel movimiento siendo mucho más
jóvenes que las grandes figuras, ahora es un momento muy importante
porque es una hora cero. A mí no me interesa el sentido de la esperanza,
pero pienso que no hay sentido sin esperanza". Después del desengaño de
la época del compromiso político, cuando el propio desengaño deja de
ser una pulsión interesante, ahora los intelectuales de
la travesía de mayo
se interesan principalmente "en los fenómenos subjetivos, que pueden
parecer menos grandiosos pero más eficaces, porque tocan los puntos
neurálgicos de la vida de cada uno".
Cuando se le pregunta a Julia Kristeva si se siente todavía radical,
asiente, aunque sin grandes gestos ni mucha pasión, y afirma que la
radicalidad de su trabajo reside precisamente en la incidencia en las
vidas de las gentes, a través del "modesto compromiso del
psicoanálisis", algo así como una forma absolutamente microscópica y
nada trascendental de cambiar la vida, de transformar el mundo mediante
la reconciliación de la gente consigo mismo.
0 comentarios:
Publicar un comentario