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Ahora nos es legitimo sacar conclusiones respecto a las relaciones de
presente e instante entre sí y respecto al tiempo. Del presente podemos
decir que contiene al tiempo, en vez de que el tiempo lo contenga a él.
Éste último es una cierta relación entre las diferentes formas de la
presencia. El instante es aquello en lo que el tiempo, es decir, las
diversas formas de la presencia, no cesa de pasar. De esta manera, ni
presente ni instante pertenecen al tiempo; el uno es, por así decirlo,
el medio donde él se despliega, pero el otro es el acto que lo
despliega. Parece que el presente nos sumerge en el ser y que el
instante lo encierra en la operación que lo produce. El tiempo nos hace
salir del instante, no cesa de nacer y de morir; los fenómenos aparecen y
desaparecen en un presente evanescente, entre el presente de lo posible
y el presente del recuerdo, el primero de los cuales es efecto de ese
análisis del ser por el que el yo se constituye; el otro, el efecto del
análisis del yo, una vez que éste se hubo constituido. La distinción del
pasado respecto al porvenir mide ese intervalo necesario al yo para que
pueda encarnar en el ser total un ser que es el suyo. En la eternidad
no hay oposición alguna entre pasado y porvenir. Vivir significa superar
esta oposición y convertir el porvenir en pasado, esto es, no como
podría creerse, convertir lo que aún no es en lo que ya no es, ni una
actividad viva en una representación inmóvil, sino [convertir] una
potencia incierta e inacabada en una potencia que poseo y de la cual
dispongo. Para ello se requiere la colaboración del dato por el que esta
potencia se manifiesta y encuentra, frente a la eficacia que le es
propia, un aporte que le viene de fuera y que la actualiza en el todo de
lo real. El instante expresa admirablemente cómo el mundo no deja de
pasar cuando el acto que lo hace ser —sin comprometerse él mismo en el
tiempo— llama siempre al tiempo a nuevas existencias a crearse a sí
mismas. El instante crea y aniquila incesantemente la existencia
fenomenal. Y como es un punto de encuentro entre porvenir y pasado, cuya
asociación es condición no sólo de toda existencia finita, sino de la
misma acción que la produce, podemos decir que [el instante] nos permite
penetrar en la misma eternidad del ser, que se halla más próxima a la
instantaneidad que al devenir e incluso a la duración. El instante del
hombre no es más que una sombra, pero que también es una participación
del instante de Dios.
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