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En el nuevo capitalismo, la concepción del trabajo ha cambiado
radicalmente. En lugar de una rutina estable, de una carrera predecible,
de la adhesión a una empresa a la que se era leal y que cambio ofrecía
un puesto de trabajo estable, los trabajadores se enfrentan ahora a un
mercado laboral flexible, a empresas estructuralmente dinámicas con
periódicos e imprevisibles reajustes de plantilla, a exigencias de
movilidad absoluta. En la actualidad vivimos en un ámbito laboral nuevo,
de transitoriedad, innovación y proyectos a corto plazo. Pero en la
sociedad occidental, en la que somos lo que hacemos y el trabajo siempre
ha sido considerado un factor fundamental para la formación del
carácter y la constitución de nuestra identidad, este nuevo escenario
laboral, a pesar de propiciar una economía más dinámica, puede
afectarnos profundamente, al atacar las nociones de permanencia,
confianza en los otros, integridad y compromiso, que hacían que hasta el
trabajo más rutinario fuera un elemento organizador fundamental en la
vida de los individuos y, por consiguiente, en su inserción en la
comunidad.
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