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En plena guerra fría, el joven Hugh Hefner crea la que pronto se convertiría en la
revista para adultos más vendida del mundo:
Playboy. Lo que el público desconoce es su pionera labor como artífice de las casas del placer:
Playboy
no era simplemente una revista de chicas con o sin bikini, sino un
vasto proyecto arquitectónico-mediático que tenía como objetivo
desplazar la casa heterosexual como núcleo de consumo y reproducción
proponiendo frente a ésta nuevos espacios destinados a la producción de
placer y de capital. Ésta podría ser la divisa de Playboy: si quieres
cambiar a un hombre, modifica su apartamento. De la misma manera que la
sociedad ilustrada creyó que la celda individual podía ser un enclave de
reconstrucción del alma criminal, Playboy confió a la mansión de
soltero la fabricación del nuevo hombre moderno. Este ensayo nos adentra
en el archipiélago Playboy: un Disneyland para adultos hecho de
mansiones, camas redondas, grutas tropicales, habitaciones temáticas,
circuitos de vigilancia, piscinas transparentes, residencias de
conejitas, aviones equipados con pista de baile y termas romanas... Este
complejo, inspirado en las utopías sexuales revolucionarias de Sade y
Ledoux, funciona como el primer burdel multimedia de la historia, una
pornotopía moderna instalada en la cultura de los medios de comunicación
de masas y en la arquitectura del espectáculo. El archipiélago Playboy
sirve de laboratorio para estudiar las mutaciones que van desde la
guerra fría hasta un capitalismo caliente cuyos medios de producción son
el sexo, las drogas y la información, y donde la arquitectura funciona
como un escenario en el que se teatraliza la identidad masculina.
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